“Nada hay más importante en la gestión empresarial como el saber motivar a la gente. Una motivación vale por diez amenazas, dos presiones y seis memorandos” (Lee Iacocca)
Cada día, tengo la oportunidad de conversar tanto con personas pertenecientes a comités de dirección, como mandos intermedios, como comerciales. Esto me lleva a tener una valiosa información de qué piensa y siente cada uno de ellos. Unos buscan alcanzar un mayor beneficio que les permita ir viendo la luz y recuperar niveles obtenidos en años pasados. Otros, situados en medio, buscan acallar los gritos del de arriba y paran las peticiones de los de abajo. Unos terceros, se sienten desatendidos y no escuchados.Todos, en cierta medida, me trasladan la sensación de soledad que viven. Todos ellos proclaman sus necesidades.
Vivimos con empresas que están obsesionadas por los resultados financieros. Sé que el fin de toda empresa es obtener el mayor beneficio posible. Sin embargo existen empresas que siguen con paradigmas cercanos a la revolución industrial, en ellas su máxima es que los operarios deben realizar x número de piezas al día. Las emociones, estados de ánimo y sentimientos de los operarios poco importan pues no son importantes para "la realización de las piezas".
Afortunadamente, los tiempos actuales son otros. Existen
empresas en las que se tiene en cuenta la emocionalidad de las personas que
trabajan en ella. Empresas que generan un compromiso organizacional, lanzan
iniciativas para desarrollar la confianza entre los empleados, los distintos
jefes de departamento y los directivos de la empresa. Construyen relaciones dentro y fuera de
la compañía consiguiendo con ello una ventaja competitiva, fomentan la
colaboración y el apoyo, consideran la innovación un pilar para alcanzar el
crecimiento, asumen el riesgo sabiendo que les va a suponer una forma de
desarrollar su aprendizaje. Se trata de empresas emocionalmente inteligentes
que obtienen sus beneficios mejorando la
calidad de vida de sus empleados.
En el caso de las primeras, está en sus manos el pasar a formar parte del
grupo de las emocionalmente inteligentes. Un primer paso puede ser hacer reuniones más participativas: el director de la reunión expone un tema a trabajar y pide a sus colaboradores que aporten su parecer,
escuchándoles, dejando que ellos resuelvan el problema y reservándose “su solución” hasta el final, y solo para contrastarla con
la de ellos. Ha de hacerles sentir valiosos y escuchados.
Nada se contagia tan rápido como una emoción, como un estado de ánimo.
Ha de reconocer su trabajo, su esfuerzo. Hacer que se sientan queridos, que sientan el
orgullo de pertenencia, marcando conjuntamente ese objetivo común que
les haga identificar para qué están trabajando.
En las empresas emocionalmente inteligentes sus empleados destacan por ser responsables, tener una elevada capacidad de automotivación, ser fieles a su empresa, tener gran empatía, dominar la asertividad y ser personas altamente competitivas. Por el contrario, las empresas que siguen con un paradigma ya obsoleto, se rodearán de personas desmotivadas, quejicas, sin compromiso alguno, víctimas, con baja capacidad de esfuerzo y generadoras de conflictos.
Recurrir al coaching para iniciar un cambio en las
organizaciones está dando resultados positivos. Las empresas emocionalmente
inteligentes elevan su rendimiento y mejoran aún más sus beneficios. En las que deciden
cambiar y acercarse a esa situación el
resultado es mágico. Imaginad la sensación que se obtiene cuando tras años de
tener los ojos tapados…alguien te invita a quitarte el antifaz y recibes de
golpe la luz. El coach, acompaña en todo el proceso a todas las personas implicadas en esa transición. Dinamizando las reuniones, lanzando preguntas para lograr una mayor rentabilidad de las mismas. Abre un camino para que los líderes aprendan a reconocer sus emociones y sepan identificar las de sus colaboradores.En las empresas emocionalmente inteligentes sus empleados destacan por ser responsables, tener una elevada capacidad de automotivación, ser fieles a su empresa, tener gran empatía, dominar la asertividad y ser personas altamente competitivas. Por el contrario, las empresas que siguen con un paradigma ya obsoleto, se rodearán de personas desmotivadas, quejicas, sin compromiso alguno, víctimas, con baja capacidad de esfuerzo y generadoras de conflictos.
En el momento económico que estamos pasando, esta transición es crítica para que todos los componentes de la empresa, directores, mandos intermedios y empleados, miren hacia el futuro motivados y con ilusión, construyendo empresas cada vez más cooperativas y emocionalmente inteligentes.
Necesitamos empresas emocionales!!! Un saludo Verónica Lamperti
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